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27 agosto 2013

El mejor peor

Mi prima N. de 10 años me contó hoy cuál había sido el peor día de su vida.
Al parecer, el último día que tuvo clase de Educación física este curso, hizo mucho calor. Para colmo, la profesora hizo correr 10 vueltas al patio a todo el grupo. Me contó que algunos niños se escondían detrás de las escaleras, a la sombra, para que la profe no los pillara. Dijo que ese había sido el peor día de su vida. Yo estuve apunto de explicarle que a eso lo llamábamos "test de Cooper" y que no era dar diez vueltas al campo, sino correr durante 12 minutos sin parar y que yo lo había hecho unas cuantas veces en el colegio. Pero dudé de que eso entre ella y yo importara, se trataba de su peor recuerdo. ¿Cuál era el mío?

Esto no me llevó mucho tiempo pensarlo, fue la época en la que estudiaba Patología General de 3º de carrera, la primera y casi la última asignatura anual que hice en Medicina. Examinaban los profesores-catedráticos de Medicina Interna y era una prueba oral. Me había presentado al primer parcial en enero y había ido bien; el segundo en mayo fue mal y ahora tenía otra oportunidad de recuperar esa parte suspendida y no dejar en entredicho lo que sabía de la primera parte. Estaba tan nerviosa que no dormía, no comía, no vivía. Así durante días y días. La noche antes estuve llorando, había intentado convencer a mi madre de que no sabía nada, que estaba bloqueada, pero ella me decía que al menos fuera y lo intentara. Aquella mañana llegué como siempre, un par de horas antes de que empezara el examen. Subí al lugar previsto (la 6º planta del Hospital - Servicio de Medicina Interna) caminando, como si de esa manera pudiera alargar el tiempo que me quedaba antes de enfrentarme a Pato. Pero sólo era capaz de pensar en tirarme por alguna de las ventanas por las que pasaba; miraba por esas ventanas abiertas mientras imaginaba cómo sería la caída desde cada una de ellas. Me daba más miedo examinarme que asomar la cabeza en un sexto piso desde el que sólo se veía asfalto y las chimeneas sobre el tejado de las cocinas. Me dolía caminar, estaba temblando y pensaba que en cuanto leyeran mi nombre de la lista iba a vomitar la infusión de valeriana que me obligaba a beber en el desayuno. La gente que estaba allí para examinarse, no paraba de hablar y de parlotear con esa verborrea nerviosa y confusa de información cruzada que, antes de un examen, más vale no escuchar. Yo no quería ni oírlos, a nadie. Así que fui a sentarme en el hueco de las escaleras, justo al lado de la puerta de "el despacho", pensando en aquellas ventanas abiertas, y allí me quedé hasta que llegaron los profesores y empezó la prueba. No recuerdo una sensación peor que esta. 

08 octubre 2012

Descifrando las profundidades de tu silencio

Con mi amigo Astérix, Pza María Pita - A Coruña


Créeme, a veces el silencio apetece.
Otras es necesario; muchas, sólo estorba.
¿Por qué si no tenemos boca? 

Ni señales de humo ni código morse; 
sólo un esfuerzo y llegan las palabras.
¿Por qué si no aprendemos a usarlas?

Unas letras de nada en un grupo de palabras, 
y estas a su vez en estrofas adornadas.
¿Por qué si no íbamos a estructurarlas?

Porque el silencio ni se pinta ni se comenta.
Pero si se ha de pintar que sea con colores; 
y si se ha de contar que sea entre tú y yo.


25 junio 2012

Mark, ¡déjame entrar!

Por si aún no lo habían notado hace unos cuantos días que no entro en Facebook. La razón es bastante lógica: me han bloqueado la cuenta. A quién se le ocurre hacerle eso a alguien que está de vacaciones y se pasa horas en Facebook. Bueno, al menos ha sido por un argumento lógico. Se trata de una medida de seguridad de Facebook contra la suplantación de identidad. Ejem. Según un correo que me enviaron, hay sospecha de que he suplantado identidad (de mí misma). Así que ahora me encuentro a la espera de que hagan las comprobaciones de rigor para poder volver a entrar en mi perfil. Mientras, me siguen llegando los avisos de notificaciones que tengo pendientes; los mensajes entre tú y yo que tengo sin leer; las fotos en las que me han etiquetado que no puedo ver.  No sé si son cosas mías o es verdad que las tecnologías tienen cierta tendencia a colapsar en mis cercanías. Como no me dejen entrar tendré que hacer lo impensable, muy improbable e inadmitible... volver a Tuenti (¡¡ni de co**!!). No, al final renergaré de la Tecnología y con el dinero que me iba a gastar en un iPad, me compraré dos cabras y me mudaré al barranco. 

Gracias Mark, colega. 

05 noviembre 2011

Knowing me, Knowing you

Cuando la historia nos lleva de los chicles al café. 

        Continuando con el material de estudio, nuestro relato sobre el amor entre libros continúa con un estuche estratégicamente situado, habilidosamente olvidado y casualmente recogido por mí. Sabía que era de este chico; el 'raro' que llevaba un mes viniendo a la misma biblioteca, sentándose en la misma mesa y estudiando las mismas 150 páginas; el que había tardado menos de una semana en pasar de un inocente "hola" al "perdona, ¿tienes un chicle?". Ahora me veía saltando al siguiente escalón de la historia pero ni un centímetro más elevada del suelo.

       Típico... se olvidó el estuche. Yo sabía perfectamente que era de él, ¿qué podía hacer? Sí, tal vez dejarlo donde estaba hubiera sido una brillante opción pero por esto de ser buena persona decidí no dejarlo abandonado en la mesa y me lo llevé conmigo. Se lo entregaría a la mañana siguiente. 

       Por si te lo estabas preguntando: sí, abrí el estuche. 


       Me sentí como se tiene que sentir un Residente de Cirugía de primer año; lo abrí, miré dentro y me dije "a ver que encontramos aquí dentro". Si hubiera visto el lápiz sin afilar, los bolígrafos destapados y la tinta ensuciando el material del estuche habría deducido que estaba frente al estuche de un chico cualquiera pero no fue así. Impoluto, ésa es la palabra. Los bolígrafos, subrayadores y el portaminas estaban bien tapados, no había restos de goma ni manchas de tinta. Miré de reojo al mío y al ver los post-its asomando con las puntas arrugadas, un rotulador sin tapa y un bolígrafo que hacía dos semanas que no tenía tinta sentí vergüenza me dieron escalofríos e hice un amago de recomponer mi propio estuche tirando a la papelera unas bolitas de papel que tenía dentro acumuladas. 

       Al día siguiente le devolví el estuche y me lo agradeció invitándome a un café. Acordamos ir a la cafetería sobre las 11.30 porque era la hora a la que mis amigas y yo tenemos acostumbrado hacer un descanso para desayunar antes de ir a clase. 

       10.40 "Estoy muerto de sueño, ¿te importa que vayamos ya?"
                   (Pues da la casualidad de que ni tengo hambre ni he terminado de estudiar)

       Por alguna razón él parecía estar desesperado por salir de la biblioteca y yo no pensaba quedarme a solas con él así que convencí (arrastré) a mi amiga K. para que viniera con nosotros. Finalmente fuimos. Él pagó mi café tal como había prometido y yo le di las gracias como correspondía. 

       Nos sentamos los 3 en una mesa, él estaba sentado frente a mí. Buscamos de qué hablar, claro que conocer a alguien por primera vez e intentar hacerle justicia no son dos tareas que puedas realizar en 15 minutos. Pero lo intenté a pesar de que, por alguna razón, no me sentía cómoda allí. Mientras yo revolvía el azúcar en el café aún muy caliente, él terminaba de beberse el suyo, ¿no tenía sensibilidad en la boca? ¡Estaba ardiendo! Mi participación en la charla se limitaba a un "ajam", un par de "¿sí?" y muchos "uhmm". Parecía que la conversación siempre tenía que girar en torno a él: lo que le había ocurrido, lo que compraba, el móvil que tenía, las clases que tenía, los libros que usaba... La charla empezó por nuestros móviles, pasó por la inutilidad ((sí, ya...)) del iPad, la competitividad entre compañeros y siguió con apagones de luz, ratones que se comen los cables del teléfono y lo frustrante que es no poder ver Sálvame Deluxe ((so what?)). Cuando hablaba, gesticulaba exageradamente y daba repentinos golpes en la mesa que llamaban mi atención no sin crear cierta ansiedad. Estaba inclinado sobre la mesa y, a pesar de estar al otro lado conseguía salvar la distancia entre él y yo con lo que no se me pasaba que estaba demasiado cerca.

       Tenía algo que no me gustaba... 

       Terminamos en la cafetería y mientras caminábamos de regreso a la biblioteca me dijo que si yo quería, podía darme su número de teléfono para estar en contacto ((¡No, gracias!)). Me saqué una mentira de la manga y me inventé una excusa. 


       Me gustaría poder decirte que estoy de acuerdo con que no hay que juzgar a las personas antes de conocerlas. Me gustaría poder creer esta gran verdad que una vez leí en el reverso de un sobre de azúcar y me pareció una premisa universal. Pero cada día vuelvo a confirmar mi teoría: Todos prejuzgamos a una persona antes de conocerla porque es casi totalmente... ¡inevitable! Algunos con más intuición aciertan; otros, se equivocan y cambian de opinión más tarde pero la cruda realidad es que a diario todos somos objeto de los prejuicios, las sentencias y las apelaciones. Con esto termino diciéndote que detrás de un chico que te parece un raro lo que hay es ¡un raro!.

¡Feliz noche!

02 junio 2011

Al ritmo del corazón

Hoy pude, por primera vez, definir con claridad las emociones que el amor provoca en mí. 

       No me encontraba haciendo nada en particular cuando realicé mi descubrimiento. Estaba escuchando música, sentada frente a mi ordenador, estudiando -como de costumbre. Cabe destacar que esta misma mañana había leído sobre la magia y la ilusión en un jardín (blog) vecino. Pero por ser hoy un día de esos cualquiera de mi vida, sin la más mínima inspiración, he de confesar que no me llevó tal relato a mi nueva revelación. No. 

Pero de repente, sonó esta canción...


       Al seguir el ritmo de esta canción quise girar sobre mi silla giratoria; y así lo hice, tan rápido como pude. Miré hacia arriba y extendí mis manos queriendo alcanzar al techo, y más allá de él: al cielo. Acorde al compás, rápido.. lento.. rápido.. sin parar de girar; sin pensar en nada, sólo sintiendo. Cerré mis ojos y esperé hasta que la silla se quedó completamente parada y la música dejó de sonar. Entonces abrí los ojos y miré al frente. 

       Todo me daba vueltas...
       Pero allí estaba yo sonriente, aturdida, emocionada y con el corazón a mil.   

       Creo que siempre esperé esas mariposas que vuelan en el estómago; y que nunca me llegaron. Ahora que he tenido la oportunidad de dar un bocado a la felicidad, he descubierto esta nueva fase en mí y he visto que el amor existe de verdad y es algo... mágico. No sé si ésta era la entrada de blog que esperabas pero, entre tú y yo, no pretendía que lo fuera. Sólo quería compartirlo contigo. 

¡Feliz Jueves! 

28 mayo 2011

Si algún día se me olvida tu nombre

       ... no me lo tengas en cuenta, por favor, ...¿Pablo?

       Hace tiempo que no nos vemos, sí; pero eso no ha condicionado que ahora no te recuerde. Y tenías un nombre tan sencillo. Una sola palabra, unas pocas sílabas que adornaban ese rostro tuyo que mis ojos reconocen al instante. ¿Acaso no te llamé mil veces? No creo que haya sido capaz de olvidar tu nombre, ...¿Carlos?

        Supongo que será cosa de la edad; no, no quiero creer eso, ...¿Ángel?

       Concentración, asociación de ideas, caras, nombres... ¡Nombres! ¿Por qué será que nuestra privilegiada mente puede recordar los más pequeños detalles, aquellos más insignificantes y no retener los más importantes? No por gusto, desde luego. Porque si de gustos se tratara, al menos yo, elegiría recordarlo todo.

       Mi padre dice: "de esta vida sólo nos llevamos puesto cuanto aprendemos y vivimos; todo lo demás, sobra". ¡Cuanta razón tiene! Y es por esto que, si tuviera que elegir... elegiría de nuevo mil veces el camino que me ha traído hasta aquí. Siempre he ido ligera de equipaje, caminando a pie por el sendero de la vida y con las manos en los bolsillos repletos de experiencias. Unas buenas; otras no tan placenteras. Y a pesar de que siempre defiendo que hay que olvidarse de lo malo y centrarse en lo bueno, no podemos por ello vivir ignorantes de que ambas situaciones -las equivocaciones y aciertos- contribuyen de igual manera en tallar lo que somos tú y yo.

        Y aun intentándolo con todas nuestras fuerzas, se nos olvidan. Las propias vivencias se nos escapan por el resquicio de las puertas de nuestra mente; a cada instante. Muchas, sin que las podamos recuperar jamás... Pero no pensemos que 1 segundo de nuestra vida olvidado, es 1 segundo no vivido. No. Estuviste allí: respiraste, sentiste, exististe. Y la prueba es que de no haber sido así, tu presente ahora sería completamente diferente.

         Si no te hubiese conocido, no reconocería tu rostro; pero lo hago. Por eso, perdona si algún día se me olvida tu nombre ...¿Marcos?