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06 diciembre 2019

Salvador

Antes de acabar el año, y para llevar la contraria al mundo, Salva acababa de apuntarse en un curso de yoga para principiantes muy cerca de su casa. 
Básicamente porque temía que, si esperaba al Año Nuevo, el yoga fuera otro de esos objetivos vacíos en listas llenas de propósitos que al final quedan en nada. Su mayor preocupación era que alguien lo reconociera o que coincidiera en su clase con algún vecino que tuviera la lengua demasiado ligera. Total, el yoga era para mujeres. Y él de mujeres no quería saber nada. Bastante tuvo con el divorcio en 2015. "Un acuerdo redondo", lo calificó su abogado. Y eso que no pudo quedarse ni con el perro. Sus amigos, los pocos que se quedaron a su lado, sintieron lástima y envidia hacia él a la vez: "te ha desgraciado", "vas a ver que de esta se sale", "soltero otra vez, va a ser la mejor época de tu vida", "si yo fuera tú...". Por supuesto él se encargó de celebrarlo, cuando todo estuvo firmado, sin armar mucho escándalo: emborrachándose dignamente un par de veces (por semana) sin acabar vomitando ni detenido. Después, vino aquella época en que lo único que quería era estar en el sillón. Tirado, como un vagabundo, con el mismo pijama, con barba y olor a humanidad, comiendo lo que su santa Madre le llevaba cada semana. 

Ahora había decidido que todo eso pertenecía al pasado. Al igual que esa blusa que su mujer se había dejado olvidada en el fondo del armario. Ex-mujer. Este año que se iba agotando cerraba, por fin, el capítulo de Laura partes 1 y 2 (y 3, y 4). Cuatro años de post-guerra. Pero había sacado la bandera blanca y la estaba ondeando en lo alto.

No sé si fue que el frío le envió más sangre al cerebro o que se acercaba la Navidad lo que le llevó a dar el paso. Lo que importa es que hoy se siente satisfecho con su decisión de haberse apuntado a esta clase de yoga de los martes y sábados. Por qué no. Vio el anuncio en el tablón de corcho que hay en la entrada de su edificio, al lado de la lista de morosos, y algo captó su atención. Por probar algo diferente. "Equilibra tu cuerpo y tu mente, hazlos más fuertes y más flexibles en Yoga. Confía en ti mismo y además ten más diversión en tu vida". Allá vamos. 

Era sábado, su primera clase. Llegó puntual, cruzó la puerta grande al mismo tiempo que un grupillo numeroso. Se descalzó y colocó los zapatos en la estantería blanca que hay a la derecha. Cogió una de las colchonetas negras y buscó algunos metros de suelo libres donde poder extenderla. Varias personas que se marchaban estaban aún despidiéndose de John, el monitor. Él permaneció en el sitio, imitó al resto de la clase y se sentó con las piernas cruzadas, una encima de la otra, expectante. Miró al frente y allí estaba: la presidenta de su comunidad de vecinos, Ana. La divorciada, guapa y graciosa, Ana. La que todo el edificio había elegido por mayoría absoluta como presidenta porque era la más inteligente y encima médico, Ana. Él no valía ni una caja de chicles al lado de ella. Mierda, le había reconocido.
Claro, cómo no, si viven en el mismo edificio. La verdad es que él también la había elegido. Porque, de todo el bloque, era la única que sonreía cada vez que se la cruzaba. Y eso le gustaba, le daba tranquilidad. Ella le estaba sonriendo también, desde su colchoneta, como señal de reconocimiento. 
Bueno, parece que esto del yoga puede resultar interesante...

06 julio 2012

En la Comunidad

No sirvo para vivir en una Comunidad de Vecinos.
Tampoco para tener jefes (pero eso lo dejamos para otro día). 
Vivo en un edificio de 3 bloques, 11 pisos cada uno y 2 puertas por piso. Eso hacen 72 viviendas y familias. Y son justamente 72 más de las que yo puedo tolerar, que es ninguna. Si por mí fuera viviría al lado del barranco; todo con tal de no tener vecinos al lado, ni qué decir de tenerlos en frente. 

Están los vecinos omitidos; sí, esos que no sabes que existen. Los familiares, que tienen 4 hijos, 8 nietos y 3 bisnietos y les encantan las visitas los fines de semana. Los kinkis; en todas las comunidades tiene que haber. La radio macuto que te pasa el informe cada vez que la ves. Los verano azul; que sólo aparecen 1 mes al año y cuando te ven entrar al edificio piensan que te estas colando. Los animal friends, que pasean a su perro mañana, tarde y noche, día sí y día también, haciendo el mismo recorrido. Los caraduras, que llegan los últimos y aparcan en la parada de la guagua. Los nuevos papás, que entran con cuna, carrito, capazo, cambiador y ropero nuevo. El médico que, como su casa le parecía poco para él solo, compró la vivienda de al lado y las conectó cargándose una pared pilar (muy bien tío...). Don Limpio, que utiliza el balcón como vertedero particular tirando por él su basura, uñas, pelos y un "etc" que da repelús. La pija, que siendo muy fina para tener un cubito de basura en su casa, deja las bolsas por fuera de la vivienda. A los que les va el tenderete, y sacan bolsas llenas de botellas para tirar a la 1am para que los demás vecinos no los vean (mala noticia chicos, tenemos el cubo de reciclaje al lado y oímos como tiran cada botella). Los gays, que visten igual y tienen dos perros idénticos. La trotadora, que entra con tacones de más de 10 cm los fines de semana a las 4am, como si estuviera participando en una competición. Los religiosos, que van a misa y vuelven cargados de panfletos que meten en los buzones de correo de todos. La Doña que es viuda y vive sola con sus caramelos de menta que te ofrece cada vez que te ve. La Doña que es viuda y vive sola con una tarifa plana de ADSL y nunca la ves. El revolucionario que ameniza cada reunión de la comunidad hablando sobre trabas legales, hacer nuevos presupuestos para pintar, cambiar las puertas, poner plantas de plástico en los pasillos, volver a pintar, cambiar los balcones y cosas no exentas de disputas así. Ah, y cómo no nombrar a la Presi de la comunidad; pero por raro que te parezca no haré ningún comentario sobre ella porque, en mi opinión es una vecina razonablemente normal. Tiene un marido que trabaja como jardinero y por ello, tiene un patio increíblemente bonito; siempre va muy elegante vestida y es bastante simpática. No me suelo tropezar mucho con ella pero me impresiona favorablemente. Lo más probable entre tú y yo, es que tenga un cadáver hecho picadillo escondido en alguna parte; o simplemente sea la excepción en un edificio excepcionalmente notable.     

Guau, me gustaría saber si el resto de comunidades de vecinos son tan interesantes.

29 junio 2012

Panteón

Por cierto, el Taj Mahaj me parece precioso
Si no, mausoleo es lo que se está haciendo mi vecino de al lado. Porque no hay otra forma de llamarlo. Bueno, sí que hay otra manera, y es: "como rebajes un centímetro más la pared, te va a caer una denuncia". 
Todo empezó una agradable noche (sí, noche) de un viernes (sí, viernes) del pasado Mayo. Estábamos viendo una película en el salón. Estaba acabándose, así que tendrían que ser alrededor de las 11 de la noche. Entonces, empezaron los golpes en la casa de al lado. ¡Pum, pum, pum! Así empezaron y así continuaron al día siguiente; y al otro; y al otro. Al principio fueron fuertes. Tanto que, las figuras empezaron a caerse de los muebles por la vibración de la pared. Mi madre fue a hablar con él, o en este caso con los obreros porque por allí no había ni rastro del propietario. Él había cogido sus cosas y se había mudado a Acapulco (yo qué sé...) porque le molestaba el ruido. Esa fue la primera vez que mi madre se quejó. Esa misma tarde pasó por nuestra casa el propietario quien, por miedo a que llamáramos a los del Seguro amablemente, se ofreció a compensarnos económicamente por los desperfectos.
 
Mi madre empezó a tener más dolores de cabeza. Mi padre se propició unos cuantos viajes cabreado a la casa del vecino en diferentes ocasiones. Yo hacía todo lo posible por estar fuera de casa, cosa que no era difícil porque, estando en medio de exámenes, prácticamente vivía en la biblioteca. Ellos trabajaban a conciencia mañanas y tardes, sábados desde las 8 am y domingos desde las 9 am. Obviamente no se oían martillazos cuando había partidos de España (¡gracias Eurocopa!). 
 
La última vez que mi padre estuvo al lado, nos contó que el Señor D.L. había lijado toda la pared quitando el dibujo que tenía originalmente y había eliminado una pared para conectar el salón con el balcón. Luego había puesto el zócalo nuevo desde las habitaciones de atrás, por todo el pasillo y las estancias ampliadas. Cambió las puertas pero no se conformó con quitar las viejas y poner unas nuevas sino que modificó la estructura del marco también. Entre tú y yo: panteón. 
 
Esta semana terminaron las obras; un mes después. 
Ahora toca empezar a poner los cuadros nuevos (mierda, mierda, mierda).         
 

30 abril 2012

Se está mejor en casa que en ningún sitio

Tiempo atrás daba lo que fuera por pasar cuanto más tiempo en la calle, mejor. Pero no sé si es porque estás demasiado tiempo fuera, por cansancio o por costumbre que terminas por desear volver al hogar, a tu casa y a tu rincón favorito. ¿Estaremos programados para eso? Entre tú y yo, tal vez todo se trate de un equilibrio y esta etapa hogareña que tengo no es más que la compensación por todo el tiempo que paso fuera. 

La gente que vive contigo es otra cosa. Los compañeros de piso puedes, en parte, elegirlos o domesticarlos. La familia... ya no tanto.

05 noviembre 2011

Knowing me, Knowing you

Cuando la historia nos lleva de los chicles al café. 

        Continuando con el material de estudio, nuestro relato sobre el amor entre libros continúa con un estuche estratégicamente situado, habilidosamente olvidado y casualmente recogido por mí. Sabía que era de este chico; el 'raro' que llevaba un mes viniendo a la misma biblioteca, sentándose en la misma mesa y estudiando las mismas 150 páginas; el que había tardado menos de una semana en pasar de un inocente "hola" al "perdona, ¿tienes un chicle?". Ahora me veía saltando al siguiente escalón de la historia pero ni un centímetro más elevada del suelo.

       Típico... se olvidó el estuche. Yo sabía perfectamente que era de él, ¿qué podía hacer? Sí, tal vez dejarlo donde estaba hubiera sido una brillante opción pero por esto de ser buena persona decidí no dejarlo abandonado en la mesa y me lo llevé conmigo. Se lo entregaría a la mañana siguiente. 

       Por si te lo estabas preguntando: sí, abrí el estuche. 


       Me sentí como se tiene que sentir un Residente de Cirugía de primer año; lo abrí, miré dentro y me dije "a ver que encontramos aquí dentro". Si hubiera visto el lápiz sin afilar, los bolígrafos destapados y la tinta ensuciando el material del estuche habría deducido que estaba frente al estuche de un chico cualquiera pero no fue así. Impoluto, ésa es la palabra. Los bolígrafos, subrayadores y el portaminas estaban bien tapados, no había restos de goma ni manchas de tinta. Miré de reojo al mío y al ver los post-its asomando con las puntas arrugadas, un rotulador sin tapa y un bolígrafo que hacía dos semanas que no tenía tinta sentí vergüenza me dieron escalofríos e hice un amago de recomponer mi propio estuche tirando a la papelera unas bolitas de papel que tenía dentro acumuladas. 

       Al día siguiente le devolví el estuche y me lo agradeció invitándome a un café. Acordamos ir a la cafetería sobre las 11.30 porque era la hora a la que mis amigas y yo tenemos acostumbrado hacer un descanso para desayunar antes de ir a clase. 

       10.40 "Estoy muerto de sueño, ¿te importa que vayamos ya?"
                   (Pues da la casualidad de que ni tengo hambre ni he terminado de estudiar)

       Por alguna razón él parecía estar desesperado por salir de la biblioteca y yo no pensaba quedarme a solas con él así que convencí (arrastré) a mi amiga K. para que viniera con nosotros. Finalmente fuimos. Él pagó mi café tal como había prometido y yo le di las gracias como correspondía. 

       Nos sentamos los 3 en una mesa, él estaba sentado frente a mí. Buscamos de qué hablar, claro que conocer a alguien por primera vez e intentar hacerle justicia no son dos tareas que puedas realizar en 15 minutos. Pero lo intenté a pesar de que, por alguna razón, no me sentía cómoda allí. Mientras yo revolvía el azúcar en el café aún muy caliente, él terminaba de beberse el suyo, ¿no tenía sensibilidad en la boca? ¡Estaba ardiendo! Mi participación en la charla se limitaba a un "ajam", un par de "¿sí?" y muchos "uhmm". Parecía que la conversación siempre tenía que girar en torno a él: lo que le había ocurrido, lo que compraba, el móvil que tenía, las clases que tenía, los libros que usaba... La charla empezó por nuestros móviles, pasó por la inutilidad ((sí, ya...)) del iPad, la competitividad entre compañeros y siguió con apagones de luz, ratones que se comen los cables del teléfono y lo frustrante que es no poder ver Sálvame Deluxe ((so what?)). Cuando hablaba, gesticulaba exageradamente y daba repentinos golpes en la mesa que llamaban mi atención no sin crear cierta ansiedad. Estaba inclinado sobre la mesa y, a pesar de estar al otro lado conseguía salvar la distancia entre él y yo con lo que no se me pasaba que estaba demasiado cerca.

       Tenía algo que no me gustaba... 

       Terminamos en la cafetería y mientras caminábamos de regreso a la biblioteca me dijo que si yo quería, podía darme su número de teléfono para estar en contacto ((¡No, gracias!)). Me saqué una mentira de la manga y me inventé una excusa. 


       Me gustaría poder decirte que estoy de acuerdo con que no hay que juzgar a las personas antes de conocerlas. Me gustaría poder creer esta gran verdad que una vez leí en el reverso de un sobre de azúcar y me pareció una premisa universal. Pero cada día vuelvo a confirmar mi teoría: Todos prejuzgamos a una persona antes de conocerla porque es casi totalmente... ¡inevitable! Algunos con más intuición aciertan; otros, se equivocan y cambian de opinión más tarde pero la cruda realidad es que a diario todos somos objeto de los prejuicios, las sentencias y las apelaciones. Con esto termino diciéndote que detrás de un chico que te parece un raro lo que hay es ¡un raro!.

¡Feliz noche!

12 junio 2011

De camino a lo más alto

       Con el correr de los días, todos atravesamos épocas mejores y peores; es inevitable. En algunas ocasiones nos toca disfrutar y en otras.. bueno, digamos que no todo puede salirnos redondo. Justamente en días como hoy, me doy cuenta de esto con mayor claridad. Desearía poder soltarme el pelo, ir a por una taza de café y un buen libro, sentarme en la terraza en un rincón fresco y entregarme a la contemplación. Pero no, aún falta para poder derrochar tantos litros de tiempo. 

       Y como dicen, a falta de mareas... buenas son unas gotas de libertad, ¿no es así? Me gusta regalarme de vez en cuando -entre párrafo y párrafo de apuntes, una escapada a los confines de mi memoria. Tengo un recuerdo que guardo para momentos como este. No se trata de nada y para mí significa tanto. 

     Estando de visita en Londres, tuve la oportunidad de echar un ojo a St. Paul's Cathedral (punto turístico número 7 de la lista de los "10 lugares que tienes que visitar"). A lo mejor, piensas que en este momento voy a proclamar en voz alta que me encanta visitar tumbas, escuchar el sermón en el oficio religioso o que encontré un pin brillante en la tienda de recuerdos. Siento decepcionarte, pero no. Se trata de una escalada. 

       Sí, escalada; porque, además de todas las dependencias de la catedral, también había acceso a las zonas más altas del edificio. Claro que pensar en 200 metros de escalera de caracol parece más sencillo al decirlo que al subirlo. Pero en cuando supe que se podía acceder al mirador de la cúpula, me dije: "Pues vamos allá". No puede subir una persona claustrofóbica, ni embarazada, ni con problemas de corazón. No se pueden hacer fotos ni usar móvil. Si a mitad de camino no pudieras más, nadie va a subir a buscarte. Hay que ir en silencio y en verdad es mejor así porque en cuanto hables, te quedas sin energía. Para dejarlo más claro: son 200 metros de eco entre tú y tus pensamientos. 

       El camino es largo, por unas escaleras primero de piedra; luego, metálicas y laberínticas. Los escalones son estrechos y no hay gran iluminación. Las dimensiones sólo permiten que avance una fila de personas: si alguien quiere bajar, se tiene que interrumpir la circulación. No hay ventanas. Muchos desisten en cuanto llegan al primer nivel, un balcón desde el que se aprecia una vista panorámica del interior de la catedral. Los que aún quedan con fuerza continúan hasta arriba.

       Y fíjate como así, esta pequeña aventura en la ciudad nos da las pistas para una gran verdad universal (aparte de que tengo que hacer más ejercicio) como es que, aquello que más cuesta conseguir en la vida es lo que más vale la pena.  

       El recorrido hacia lo más alto de tu persona no es una tarea sencilla y si lo fuera, carecería de valor. No puedes pretender conquistar el mundo sin dar el primer paso, y luego el segundo, y luego el tercero, y así sucesivamente; porque estos pequeños pasos que hoy das son la clave del éxito. Requieren todo tu esfuerzo y empeño. Sé que es difícil aguantar, sostenerse cuando todos los demás han caído. Pero esta es tu historia y tu camino, ¿vale la pena el intento? Sí. Absolutamente; y entre tú y yo, aquellos 1.161 peldaños me lo recuerdan cada día. 

 ¡Feliz travesía!